DON
VALENTÍN: EL MAESTRO AMIGO |

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Desde
esta página queremos rendir
homenaje a un hombre ejemplar, modelo de bondad, que marcó una época
en Colindres y creó estilo con su forma de enseñar a las muchas
generaciones que pasaron por sus aulas. Ejerció como un auténtico
maestro de escuela en unos tiempos nada fáciles.
Rodeado por unas circunstancias adversas, tanto por
carencias materiales como pedagógicas, basó sus esfuerzos
educativos en la tolerancia y el respeto por sus alumnos, además
de la dedicación propia de quien transmite los conocimientos adquiridos a sus
pupilos.
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Don
Valentín Turienzo llegó al mundo en los albores del siglo XX,
en un pequeño pueblo leonés. Nacido el 3 de noviembre de 1909 en La Sota de Cea, perteneciente al
Partido Judicial de Riaño, cursó sus estudios primarios en
dicho pueblecito, trasladándose más tarde a León para
continuar sus estudios de bachillerato y la carrera de
Magisterio.
Sus
primeros pasos como docente los dio también dentro de León,
transcurría el año 1932 cuando impartió como interino sus
primeras clases en Ribota. Durante cinco años su vida fue un
peregrinaje por diversos pueblos, cinco pueblecitos en los que
el jóven Valentín Turienzo trabajó como interino – entre
ellos algunos de Cantabria como Trasierra y Ruiloba – para
finalmente recalar en Navatejera (León), en donde logró ya
plaza fija en 1939.
Años
más tarde, en 1945, llega
a Colindres para hacerse cargo de la Escuela de Orientación Marítima, habiendo realizado
previamente el correspondiente cursillo de formación. A esta
escuela acudían mayoritariamente los hijos de los pescadores y
gentes relacionadas con el mar.
De
repente, se vio inmerso en un mundo totalmente desconocido para
él, un pueblo marinero con una realidad muy diferente a la de
los pueblecitos leoneses de su infancia y primera juventud. Allí
debió hacer frente a una situación que se presentaba
complicada, no sólo por la precariedad de las instalaciones de
la Escuela sino también por tener que hacerse cargo de una
media de entre 80 y 90 alumnos sin contar con otros medios que
su labor, su paciencia y sus propias manos. Se entregó en
cuerpo y alma a su trabajo con una ilusión sin límites, ejerció
de pintor, cristalero, carpintero... y toda suerte de oficios
que le permitiesen – fuera de su horario laboral – reparar y
hacer más habitable, cómodo y confortable aquel habitáculo en
el que pasaba las horas enseñando y por el que nadie se
preocupaba, ya que no había quien se encargase de su
mantenimiento.
Don
Valentín Turienzo fue también un innovador a la hora de
impartir sus enseñanzas, ya que introdujo como materias el
dibujo lineal y la plástica, algo inusual en la época. De
hecho, él mismo era un artista en la talla de la madera e
incluso trabajando el alambre y el fleje. Numerosos trabajos
realizados por el “profesor” – cuya
principal virtud era la humanidad con la que trataba a
sus alumnos – adornaban las
paredes de la escuela, alegrando y dando vida a la que ya
consideraba su casa.
Es
realmente difícil encontrar a una persona de la que todo el
mundo hable bien, pero en el caso de Don Valentín se cumple con
creces la premisa, pues
todo aquel a quien se le pregunta por él responde entre
alabanzas con elogios llenos de cariño hacia su persona.
Si
a todo esto añadimos el hecho de que su integración en el
pueblo fue total, no sólo por haber fijado allí su residencia
sino por formar parte de esa comunidad en todas sus dimensiones,
participando de forma intensa en la vida ciudadana e incluso
llegando a ocupar diversos cargos dentro de esa sociedad, como
el cargo de Juez de Paz, que ostentó durante nada menos que
diez años, llegaremos a la conclusión de que nos hallamos ante
un hombre excepcional, un ente singular que simboliza a todas
esas gentes sencillas con dimensión localista que tantas veces
caen, injustamente, en el olvido.
El
nombre del Instituto de Educación Secundaria, “Valentín
Turienzo”, es un
reconocimiento a la trayectoria y
labor desempeñadas
durante más de 34 años por el buen profesor en el
municipio de Colindres.
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